■ Un estudio confirmará el riesgo real de cáncer por exposición en los talleres



Las partículas contaminantes de los motores diésel multiplican por 27 la potencia alergénica del polen y son potencialmente cancerígenas.




Un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) hecho público en 2012, en el que se incluían los humos de la combustión de los vehículos de gasóleo entre las sustancias cancerígenas, junto con otras sustancias como el arsénico, el asbesto, y el gas mostaza, despertó la alarma. En aquel anuncio, la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer (IARC), departamento de la OMS experto en oncología, reclasificó los gases generados por la combustión del diésel desde el grupo 2A de probables cancerígenos al grupo 1 de sustancias que tienen relación concreta con el cáncer. “El grupo de trabajo (especializado) halló que la combustión del diésel es una causa de cáncer de pulmón y también notó una asociación positiva con un mayor riesgo de cáncer de vejiga”, indicó el IARC en un comunicado.
Desde entonces, han sido varias las instituciones que han prestado atención a esta cuestión que, incluso, propició que la Federación Española de Empresarios Profesionales de Automoción (Conepa) solicitase a las autoridades competentes la investigación del riesgo real de los operarios que trabajan en talleres y se ofreciera, además, para colaborar en esta iniciativa. Durante 2013, el Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo (INSHT) ha llevado a cabo los trabajos preparatorios para analizar la situación y tiene previsto el inicio de las actividades de campo en el sector este mismo año.
No obstante, mientras se realiza el estudio que dará a conocer los riesgos reales de la exposición a los humos de combustión diésel en aquellos lugares con fuerte presencia de vehículos (entre ellos los talleres de reparación y mantenimiento), de lo que ya hay certeza es de la existencia de otros agentes cancerígenos en contacto con estos profesionales. Entre los más peligrosos destacan algunos metales como el cromo y el níquel, presentes en pinturas y barnices, así como en trabajos que implican soldadura y oxicorte de acero inoxidable. Por otra parte, además de ser potencialmente cancerígenas, las partículas que expulsan los motores diésel también son culpables de provocar que el polen, que es 27 veces más potente que hace 20 años, afecte más a la población y, en particular a los mecánicos que trabajan con este tipo de vehículos. Y es que, a pesar de que la cantidad de polen que se encuentra en las ciudades es menor, su efecto se ha visto multiplicado.

Otras enfermedades
Los profesionales de este sector se ven afectados cada día por el ataque de agentes contaminantes químicos (gases, vapores sólidos como el polvo y el humo de origen térmico, o líquidos), físicos (ruidos, vibraciones, cambios térmicos o radiaciones electromagnéticas) y biológicos que pueden afectar gravemente a su salud. Aparte del peligro de contraer cáncer, otras enfermedades causadas por estos riesgos higiénicos y por los ergonómicos (posturas forzadas, movimientos repentinos, etc.) ocasionan a los trabajadores, entre otras, hipoacusia o sordera profesional debida a los ruidos en el local, y afecciones vasculares y osteoarticulares como la epicondilitis y epitrocleitis (codo y antebrazo), o síndrome del túnel carpiano. Otras dolencias son de origen alérgico, de la piel y otras de orígenes diversos producidas por sustancias como los metales (el plomo de las baterías, por ejemplo), óxidos, disolventes, aditivos y en los adhesivos y pinturas.


Foto: Conepa.
Gráfica: Motormática.