El previsible destino del automóvil parece pasar por flotas compartidas de pequeños coches eléctricos moviéndose por inmensas ciudades.
Según el estudio ‘Reinventing the Automobile: Personal Urban Mobility
for the 21st Century’ publicado por The M.I.T. Press sobre las tendencias
demográficas actuales y las previsiones para próximas décadas en cuanto al desarrollo
del automóvil, se da la situación de que, por primera vez en la historia, hay
más personas viviendo en ciudades que fuera de ellas y se prevé que esta
tendencia se sostenga e incremente en los próximos años. De ese modo, la distribución
entre campo y ciudad existente en la actualidad, que es prácticamente un empate, se convertirá en aplastante mayoría a favor
de los núcleos urbanos. Esta predicción conlleva una serie de implicaciones de
evidencian que los vehículos asumirán modificaciones para adaptarse a unas
condiciones específicas sobrevenidas por cambios demográficos, sociopolíticos y
económicos.
En primer lugar, como no tiene sentido que cada individuo se mueva en
solitario por la ciudad en su propio coche, pero tampoco que desaparezca la
posibilidad de desplazarse individualmente, se pueden distinguir dos tendencias
claras para las próximas décadas: un retroceso en la propiedad particular del
automóvil y una adaptación más radical de éste al medio urbano mediante la
reducción de su tamaño y su electrificación.
Reducción del tamaño
Con la revolución industrial se inició, hace más de 200 años, un
movimiento migratorio que provocó el desplazamiento progresivo de la población del
campo hasta las ciudades en busca de un empleo y mejora de oportunidades. Debido
a que éste todavía no ha cesado es previsible que, con la máxima concentración
poblacional en las urbes, éstas sigan creciendo. Consecuentemente, parece
lógico pensar que el automóvil tendrá que adaptarse aún más a las necesidades
del entorno y la población, y especializarse al máximo para dar lo mejor de sí
en ese medio.
Las consecuencias de esta tendencia son innumerables pero, para empezar,
teniendo en cuenta el enorme porcentaje de desplazamientos que se realizan con
el conductor como único ocupante del vehículo y el elevado coste del espacio
característico de las ciudades (para circular y para aparcar), la reducción del
tamaño del automóvil medio podría ser el primer efecto obvio de la nueva
situación. Ésta vendría de la mano de una gran proliferación de monoplazas y
biplazas de tamaño mínimo, combinado con el claro retroceso del coche familiar.
Electrificación
Si debido a la expansión del entorno urbano es posible, por un lado, eliminar
el problema de la autonomía ante la falta de necesidad de viajar, por otro, también
es previsible la electrificación de los automóviles. Esta es una opción llena
de ventajas y con unos pocos inconvenientes (la densidad energética y el coste
de las baterías) que, combinando el entorno urbano con fórmulas para compartirlo,
le aportan más sentido y utilidad.
El elevado coste de las baterías quedaría diluido entre todos los
usuarios del servicio y mitigado por la posibilidad de dotar a estos
micro-coches de baterías relativamente pequeñas, precisamente por prescindir de
los viajes por completo. Si a todo ello se le añade una buena red de puntos de
recarga en los diferentes puntos de estacionamiento (idea totalmente factible
en ciudad y no tanto en carretera), se obtiene el hábitat perfecto para que el
coche eléctrico se imponga. Además, los continuos experimentos para conseguir combustibles
alternativos que produzcan electricidad más limpia y abaraten los automóviles
Propiedad colectiva
El abandono progresivo de la propiedad particular del automóvil no significa
su desaparición, sino la posibilidad de hallar nuevas formas de entender el
transporte individual como un servicio. Actualmente, como media, el propietario
de un vehículo lo tiene estacionado sin utilizarlo no menos del 90 por ciento
del tiempo. Esto convierte la propiedad exclusiva de un coche en algo bastante
antieconómico, al menos comparado con la posibilidad de disponer de un auto y
pagar por su uso real, pero no por el tiempo total de disponibilidad. Si la vida
transcurre sin salir de la ciudad, la propiedad de un coche tiene menos sentido
económico aún.
Partiendo de esta premisa, en la actualidad se están poniendo en
marcha formas depuradas de car-sharing
que, sin duda con el tiempo, se perfeccionarán todavía más para intentar
adaptarse a todas las necesidades. Si bien es fundamental que la iniciativa
empresarial lo haga rentable y conveniente. A día de hoy, existen pocas dudas
de que una población cada vez más urbana se moverá en esa dirección casi de
forma inevitable.
La idea básica es disponer de una tarjeta de “socio” que permita el
acceso a una flota de coches distribuidos en distintos puntos de
estacionamiento de toda la ciudad, y que haga posible el pago por minuto de
utilización. Por muy caro que pueda parecer este planteamiento, si se eliminan
todos los costes de compra y mantenimiento de un vehículo propio (energía,
revisiones, averías, seguros, limpieza, garaje, etc.), da la sensación de que
siempre saldría muchísimo más barato compartirlo. Además, facilitaría la
adaptabilidad del vehículo a las necesidades de cada momento, por ejemplo: el alquiler
convencional para vacaciones y car-sharing
de micro-coches para uso diario en la ciudad.
Conducción automatizada
También se apunta a la automatización en la conducción, cuestión en la
que actualmente ya se centran varias firmas de automoción como Volvo, Mercedes
o Toyota, y con la que se confía en aumentar la seguridad, maximizar el confort
y reducir el estrés sobre el conductor. A este respecto, a día de hoy existen
dispositivos como el sistema de Asistencia a la conducción automatizada en
autopista (AHDA) de Toyota, que utilizan dos de estas tecnologías (el control
de crucero adaptativo-cooperativo y el control de trayectoria en carril), o la
plataforma técnica de Mercedes para gobernar y coordinar el funcionamiento de
todos los sistemas del vehículo.
Foto: Daimler.

Foto: Daimler.
